El petróleo, arma política y militar
Por alguna razón difícil de entender en España nunca hemos incorporado los análisis geoestratégicos a los planes de viabilidad de nuestras empresas. En buena lógica pensará ¿Análisis geoestratégico para ampliar la refinería de A Coruña? ¿Estamos locos? ¿Qué variable hemos de estudiar? ¿Qué político bloquearía una inversión de ese tipo? Y se reafirmará diciendo, no tiene sentido.
Si pensamos en las dificultades técnicas de la construcción estoy de acuerdo, pero si la reflexión, y ya que el ejemplo está en una refinería, la llevamos al campo del precio del petróleo, entonces, qué opina. ¿Es la oferta y la demanda la que determina el precio del petróleo o son otros factores, más humanos y quizás por ello más impredecibles?
En todo caso, le invito que me acompañe a realizar un breve recorrido por algunos acontecimientos y que sea usted mismo el que dé respuesta a algunos interrogantes.
¿Qué ocurre en el mercado energético de Estados Unidos?
Desde el año 2005 la economía norteamericana ve disminuir sus importaciones de crudo y derivados del petróleo. A la hora de enunciar causas de esta bajada de la dependencia energética norteamericana, debemos enunciar un aumento de las obligaciones de eficiencia energética en la industria y en la automoción, los cambios en las pautas de consumo, la incorporación de las energías renovables y los biocombustibles; pero, esencialmente, hemos de indicar una, el fracking. Dakota del Norte, Pennsylvania y Texas, gracias a cambios técnicos, explosionan como productores. Su éxito estimula a otros Estados, de tal modo que entre 2009 y 2010, y en el marco del barril en la banda de los cien dólares, se produce una verdadera revolución, la del fracking, o esquisto. Un solo yacimiento, el de Bakken, es capaz de producir 850.000 barriles diarios, que es tanto como decir la producción de Ecuador y Qatar. Las predicciones indicaban que EE.UU. sería en 2020 el primer país productor de petróleo del mundo y en 2025 alcanzaría la capacidad para exportar petróleo. Si pensamos en términos de gas, la capacidad exportadora se obtenía mucho antes, el problema, por tanto, sería ¿A quién? ¿A Europa? Imposible, está vinculada al gas ruso y no existen quiebras en esta alianza energética. Así pensaría alguien en 2013, pero lo que parecía improbable pronto pasó a ser una realidad. La crisis de Ucrania altera las relaciones con Moscú y Bruselas decide, en un plano de amplio consenso, diseñar un nuevo mapa energético, en el cual se reduzca la dependencia del gas ruso. Pero, de nuevo, y en un plano de ciencia ficción, lo improbable pasa a ser lo probable, las plataformas de esquisto se ven obligadas a cerrar. La política energética de Europa y Estados Unidos en el aire ¿Qué ocurrió?
Volvamos a la etapa dorada del esquisto y a Estados Unidos. Parece una verdad absoluta que una buena parte de la política exterior de Washington pivota sobre las necesidades energéticas de su economía. Por tanto, si esto es cierto, parecería lógico que la nueva situación de autoabastecimiento cambiaría la política exterior de la administración Obama. Por ello, no debe sorprender que el actual presidente, en plena borrachera de fracking, en marzo de 2009, le tienda la mano del diálogo a Teherán, o que algo más tarde, en diciembre de 2011, anuncie la retirada de las tropas en Irak. Algunos verán en estas decisiones el cuerpo ideológico del partido demócrata y el cumplimiento, por parte de Obama, de su agenda política. Quizás sea así, aunque me sumo a aquellos que opinan que Washington, sin las plataformas de esquisto en sus alforjas, nunca se hubiera atrevido a mover de modo irreflexivo el tablero geopolítico de Oriente Próximo.
Y realmente mueve algo más que el tablero político, altera sustancialmente su peso militar en la zona. El estrecho de Ormuz, algo más amplio que el de Gibraltar, y no más que tres veces la distancia entre Ferrol y Coruña por mar, es la lengua de agua que separa el mundo árabe del persa, el sunismo del chiismo, las monarquías herederas de los Omeyas de las teocracias seguidoras de Alí. Las dos grandes corrientes del Islam, enemistadas desde el asesinato del tercer gran Califa de La Meca, yerno de Mahoma y cabeza de los Omeyas en el Golfo Arabigo, por primera vez se ven frente a frente. Sin los portaaviones norteamericanos amarrados en Bahrein esperando órdenes de Ryad. Arabía Saudí, por primera vez desde su creación no puede delegar su política exterior. Le toca mover pieza, y todas las que mueven están estrechamente vinculadas al precio de la energía. Es lógico, tiene la capacidad para evitarle a Estados Unidos la independencia energética y está dispuesta a usarla.
Teherán, también por primera vez, observa que Obama, por un lado, se aleja de los criterios de Netanyahu y, por otro, busca un acuerdo que descargue la tensión militar que se deseaba ejercer sobre su incipiente industria nuclear. Adicionalmente, observa que, cuando el Presidente norteamericano decide irse de Irak, hace algo más que retirar las tropas, tira la llave al suelo, siéndole indiferente quien pudiera recogerla. Este error estratégico es aprovechado de tal modo que Bagdad pasa a ser controlado desde Irán a través de un presidente corrupto y títere. Impiden que haya sunníes en el Consejo de Ministros, y vuelcan el cien por cien del poder al ala chiita del país, vinculada al poder teológico del Ayatolá Jamenei. Son estas decisiones las que provocan que Abu Bakr Al Bagdadi, líder supremo del grupo terrorista auto denominado Estado Islámico, encuentre apoyo popular al norte de Bagdad, en la franja que va desde la capital hasta la frontera Siria y el territorio norteño de los kurdos. Nada nace por qué sí. Aunque ahora somos los europeos los que sufrimos la política errática de Obama en Oriente Próximo.
En poco tiempo, Ryad observa como Teherán está incendiando todo el territorio que le rodea. Al este por su control de Irak y por el movimiento revolucionario que financian en Bahrein; al norte por Siria, donde al-Ássad sobrevive gracias al oxígeno militar que le proporciona Moscú y Teherán. Al oeste, las amenazas vienen por Egipto y los hermanos musulmanes, de ahí el apoyo evidente de la monarquía Al-Saud al general y presidente Al-Sisi. Al sur, la amenaza es Yemen, donde la fuerza insurgente de los hutíes recibe abiertamente financiación iraní.
Ante esta situación geopolítica, Ryad solo tiene un camino, hundir el precio del petróleo, porque ello le generará tres beneficios, primero, provocar, como así ha sido, una recesión económica en el proveedor de armas de Irán, es decir, en Rusia. Segundo, cerrar las plataformas de esquisto de Estados Unidos, y así ha ocurrido, de las dos mil que llegó a haber abiertas, ahora no pasan de cuatrocientas. Y tercero, y más relevante, acelerar la crisis económica de Irán, impedirle una recuperación económica con objeto de que los movimientos anti sistema (de corte occidental) tumbasen la teocracia chiíta. Esto último había que hacerlo antes del levantamiento del embargo, como así ocurrió, pero no consiguió los efectos deseados. Por un lado, el gobierno de Teherán cuenta con financiación china para abrir nuevos pozos de petróleo, por tanto pueden suplir los menores ingresos del barril con un mayor número de pozos y por otro el actual Presidente de Irán, Hasán Rouhaní, es un moderado, formado en el Reino Unido, que sabe lidiar con destreza al Ayatolá Jamenei, aliviando de este modo las aspiraciones de la juventud prooccidental del país.
Con este marco geoestratégico, podemos entender por qué Ryad dejó caer a plomo el barril de petróleo, acentuar la crisis económica de Irán y doblegar a Moscú. Actualmente, estos dos objetivos están redefinidos, esencialmente gracias a movimientos de la diplomacia rusa que fueron escenificados en una reunión al más alto nivel de Ryad y Abu Dhabi en Moscú. Quien no ha mostrado movimientos visibles es la diplomacia estadounidense, posiblemente como consecuencia de su proceso electoral. Por ello, es entendible que el barril se mueva permanentemente en la horquilla de los 40-50 dólares, es un importe asumible por el presupuesto saudita, pero algo más, en esa horquilla el esquisto no es rentable. Adicionalmente la industria petrolera del fracking necesita algo más, expectativas positivas del precio, una curva ascendente de los mismos, ya que esa es la única manera que tendrán para poder lanzar emisiones de bonos con los que financiar la apertura de las plataformas cerradas y el arranque de plataformas nuevas. En esta horquilla y con la incertidumbre actual, los mercados financieros están secos para el fracking norteamericano.
Por ello, si uno se hace la pregunta “¿qué ocurrirá con el precio del barril?”, le diría “esperemos a ver el resultado de las elecciones y los posteriores movimientos diplomáticos”, pero le puedo asegurar que si los portaaviones de la quinta flota vuelven a ser sensibles a las llamadas de la monarquía Saudita volveremos a ver el barril en un entorno cercano a los cien dólares y, algo más, esta situación podría generar tanto en España como en Europa una inflación de costes, es decir crecimiento de los precios por encarecimiento de los bienes y servicios necesarios para producir. Si esto fuera así, habría cambios evidentes en nuestra política monetaria, se encarecerían la financiación y posiblemente apenas creciese la remuneración del ahorro. De tal modo que un entorno como este, de inflación moderada, aportaría liquidez al mercado inmobiliario a través del nacimiento de la demanda especulativa, comprar para revender, reactivando de nuevo el sector de la construcción y estimulando el consumo. Ya sé, dirá que esto genera una serie de problemas, cierto, pero así es la economía, cada decisión genera un beneficio y, como diría un médico, uno o varios efectos secundarios. Pero abordar esto ya sería otra historia.
Artículo publicado en el Nº19 de la revista gallega de energía, Dínamo Técnica
Autor: Venancio Salcines Cristal, Presidente de la Escuela de Finanzas de A Coruña,