“Not in my backyard”, o el (des)orden de prioridades
“Películas de eólica sí, pero no así”, señor Sorogoyen . Quizás esta sería una buena respuesta al aclamado director de cine español que, aprovechando la celebración de un más que merecido galardón en la gala de los Goya de 2023, decidía hacer la enésima manifestación de un superfluo activismo ecológico al golpe de “Eólica sí, pero no así”. Resulta irónico que decidiera erigirse en defensor de los intereses de un pueblo de Sabucedo en el que tan solo decidió filmar un par de escenas, para llevarse el resto del rodaje a los fantásticos parajes de El Bierzo. Eso sí, le sobraron sus más de 2 horas de película para retratar a un rural gallego sin ley donde reinan la xenofobia y el brutalismo, que se materializan en una suerte de matonismo pro renovable que únicamente responde a un caso mediático y aislado, y que desde luego poco tiene que ver con la realidad social gallega. Y si no, que se lo digan a los vecinos y vecinas que manifiestan casi a escondidas su apoyo a nuevas plantas de generación renovable, amedrentados por una mayoría –o más bien una minoría– social que desprende cada vez más superioridad moral.
Qué importante resulta que las personalidades con poder de convocatoria e influencia mediática hablen con un mínimo nivel de rigor que, de no existir, no hace más que seguir inflando la burbuja de la desinformación. Lo cierto es que este tipo de declaraciones tan vacías de contenido, neutras e imprecisas ya no sorprende al sector renovable, y se enmarcan dentro de un amplio fenómeno de oposición –en este caso anti renovable– y comúnmente conocido por el acrónimo en inglés NIMBY (“Not In My Back Yard”, que se puede traducir al español como “No en mi patio trasero”)
PROBLEMÁTICA
El término NIMBY fue acuñado por primera vez en los años 80 por un periódico estadounidense, a raíz de las protestas de varias comunidades locales en contra de la construcción de un vertedero de residuos nucleares. Desde entonces, el término se emplea de manera habitual en occidente cada vez que un grupo social, generalmente organizado, muestra su oposición a proyectos que considera negativos para su territorio, para su patio trasero. Lo curioso es que tal oposición no está necesariamente ligada a la actividad en sí misma, sino estrictamente a su localización. Por lo tanto, podemos por ejemplo encontrar personas que dicen estar a favor de las energías renovables, pero lejos de su territorio, como parece ser el caso del maestro Sorogoyen. Tampoco es un fenómeno exclusivo del sector renovable, sino que también puede vincularse con la instalación de antenas de telefonía, aeropuertos, minas, vertederos, y muchas más infraestructuras que, siendo honestos, nadie elegiría tener al lado de su casa, pero que todo el mundo necesita según sus hábitos de vida. Se trata por tanto de ordenar las prioridades desde una perspectiva absolutamente local, obviando la globalización, lo cual lleva a caer en múltiples incongruencias; querer un smartphone pero no minas de coltán; querer volar en avión pero no un aeropuerto; querer salvar el planeta pero no aerogeneradores en tu municipio. ¿Qué sucedería si toda la población se instaurase en el NIMBY? La respuesta es evidente.
Hasta aquí todo entendible, si asumimos una cierta insolidaridad y un poco de caos irracional en las prioridades. Sin embargo, en el caso de las renovables, ¿existen realmente razones de peso para no querer parques eólicos en tu patio? Merece la pena hacer un zoom sobre el efecto NIMBY contra los casi 4GW de energía eólica actualmente en funcionamiento en Galicia, y sobre todo contra la futura potencia que está ya autorizada o en proceso de tramitación. ¿Cuál es verdaderamente el motor de tal oposición? ¿Por qué no en nuestros patios? ¿Es por el dinero? ¿Es por el medioambiente?
¿ES EL DINERO?
No nos engañemos, vivimos en una sociedad en la que todo, o casi todo, se mueve por dinero. Uno podría pronunciar sin temor a equivocarse esa famosa frase que dice algo así como que todos tenemos un precio. Pues bien, parece lógico que hablemos de datos económicos, y para poder aterrizar en lo que supone económicamente la energía eólica para Galicia, conviene empezar por una serie de datos sobre algunas de las principales cifras que deja el sector:
- 5400 (¹) puestos de trabajo generados;
- 489 M € (¹) de contribución al PIB, representando casi el 0.85%;
- 106 M € (¹) de impuestos, quedándose cerca de la mitad en las arcas autonómicas o municipales.
Todo lo anterior gracias al importantísimo tejido industrial que ha puesto con fuerza a Galicia en el mapa y que presenta grandes oportunidades de poner nuestra industria a la vanguardia, así como a todo un conjuntos de impuestos que gravan a los promotores (e.g., IAE, IBI, ICIO, licencia urbanística, etc.) y que en ciertos casos resultan carentes de lógica rozando incluso lo abusivo, como lo es el controvertido canon eólico, el cual daría per se para escribir un ensayo. Y no solo eso, sino que son muchos los promotores que cada vez más, siendo conscientes de la oposición generada en un rural que tiende a la demonización del gremio, establecen convenios con los ayuntamientos afectados por medio de los cuales se despliegan importantes líneas de inversión en los municipios, con notables mejoras en muchos ámbitos que indudablemente incrementan la calidad de vida de todos los habitantes. Pero aún con todo esto, sé lo que algunos estarán pensando, y es que todas esas cifras no les afectan directamente, pues no desempeñan directamente actividad alguna en la industria.
Vayamos ahora entonces al impacto económico más tangible y directo de todos sobre el medio rural, y que no es otro que la renta por alquiler de terrenos. Si bien existen casos de compra de terrenos o de expropiación, la fórmula más habitual es el alquiler. Existen diversas modalidades de renta eólica, diferenciadas según el tipo de pago mediante porcentaje de la facturación, por superficie afectada, o por potencia instalada. En el caso de Galicia, el precio medio del arrendamiento por MW en 2018 (nótese que prácticamente no se han instalado más parques eólicos desde entonces), ascendió a 3.200 €/MW/año (²). Establecer un precio medio por m2 resulta complicado al depender este del tipo de ocupación (e.g., de pleno dominio o servidumbre, temporal o permanente, por la cimentación o el paso de un vial, etc.). No obstante, con el objetivo de contextualizar el negocio comparándolo cuantitativamente (o mejor digamos cualitativamente para que nadie se lleve las manos a la cabeza) con el resto de opciones que tendría el propietario de un terreno rústico, se puede establecer una ocupación media prudente para un parque eólico de 6000 m2/MW (³), según la cual llegaríamos a una renta media de 0.53 €/ m2/año.
- Alquiler para otros usos: el precio medio de arrendamiento de terrenos rústicos en Galicia en el año 2021 fue de 0.02€/ m2/año (4). El alquiler eólico sería entonces más de 25 veces superior.
- Venta: el precio medio de venta de terrenos rústicos en Galicia en el año 2021 fue de 1.18€/ m2/año (5). El alquiler eólico acumulado superaría entonces el precio de venta a partir del segundo año.
- Explotación con actividades agrarias o forestales: un gran porcentaje de superficie de los terrenos alquilados se puede seguir explotando con normalidad por parte de los propietarios.
Pero a la vista de los datos presentados que evidencian unas apetitosas rentabilidades, ¿dónde está entonces el origen de las quejas en materia económica? Y la respuesta es la proporcionalidad entre la aceptación y la ocupación de tierras propias, o dicho de manera más vulgar, el trozo del pastel que a cada uno le toca. En cualquier término municipal en el que se proyecte un parque, siempre existirán vecinos cuyas propiedades se verán afectadas con los consiguientes contratos de arrendamiento, y otros muchos que, hablando claro, tendrán que pasar a convivir con los gigantes eólicos sin percibir un solo duro. Precisamente es en estas dos caras de la moneda donde surge el fenómeno contrario al NIMBY, y que se conoce como PIMBY (“Please In My Back Yard”, que se puede traducir al español como “Por favor, en mi patio trasero”). Y es que como empezaba diciendo, el dinero siempre es la cuestión, y tristemente parece que siempre prevalece nuestro patio trasero.
¿ES EL MEDIOAMBIENTE?
El impacto ambiental (local) es la principal reivindicación de las comunidades lobistas del NIMBY para oponerse a la instalación de parques eólicos ya que, a diferencia del plano económico, es cierto que no suele traer consigo ventajas significativas a nivel territorial. Digo impacto local porque, si se ordenan correctamente las prioridades, es fácil concluir que lo que sí se produce es un impacto global positivo que se antoja más necesario que nunca, por lo que en este caso sí, parece que a priori el fin justifica los medios. Algunos datos que avalan tal impacto de la energía eólica generada en Galicia:
- 1,9 M teps (6) que se han dejado de importar;
- 5,2 M t de CO2 (6) que se han dejado de emitir.
Para poder hablar con propiedad de esos medios que, según practicantes del NIMBY, tanto impacto ambiental negativo generan, lo recomendable sería una lectura inicial de los 64 artículos de la Ley 21/2013 de Evaluación de Impacto Ambiental a la que se someten todos los proyectos eólicos, o a cualquiera de los kilométricos estudios de impacto ambiental elaborados por los promotores. Desgraciadamente, es evidente que no tenemos tiempo para ello, y que opinar es un derecho, pero al menos conviene hacerlo siempre con prudencia. Poner en duda el rigor técnico de miles de profesionales habilitados en materia ambiental, tanto del lado privado promoviendo como del público evaluando, es poco menos que una temeridad; no todos pueden ser tan malos o estar corrompidos ante poderosos intereses. La realidad inapelable es que los parques eólicos que suponen un impacto ambiental inasumible no se autorizan, como sucede con cientos de expedientes; y los que sí se autorizan, lo hacen tras varios años de tramitación, respetando decenas de capas y filtros medioambientales, sometiéndose a una información pública en la que cualquiera es libre de alegar, elaborando un completísimo estudio de impacto ambiental y un quirúrgico plan de restauración, modificando de manera continuada el proyecto para atender a todos los requerimientos, y por último, pero no menos importante, con la imposición de un extenso paquete de medidas preventivas, correctoras, y compensatorias que generalmente establece la Declaración de Impacto Ambiental (“DIA”).
Entrando ligeramente en materia de ese impacto local, sería también interesantísimo que los que denuncian un ataque cruel y frontal a la avifauna del entorno, pudieran observar cualquiera de los estudios anuales de avifauna previos a cualquier autorización, o los exhaustivos planes de vigilancia que se despliegan durante toda la vida útil de los parques, o incluso algo más visual como son todos esos elementos de protección, como salva pájaros sobre líneas aéreas. No obstante, no se debe confundir lo anterior con una ausencia total de impacto sobre la avifauna, que inequívocamente existe, pero que se acota con restrictivos filtros y posteriormente se minimiza al máximo.
Existe igualmente un grupo nada menor que denuncia el gran impacto acústico que sufrirían desde sus salones de casa con la llegada de unos nuevos vecinos muy ruidosos, pero en este caso la respuesta es muy sencilla y clara: simplemente no tienen razón. Por suerte, el sonido es perfectamente cuantificable, por lo que poco debate debería generarse ante tal fenómeno. Si bien los niveles de ruido dependen de muchos factores, está demostrado que a partir de los 500m cualquier parque eólico de los que están en funcionamiento a día de hoy es prácticamente imperceptible por el oído humano. Esto resulta fundamental pues por ejemplo en Galicia la distancia mínima a núcleos de población de un aerogenerador era de 500m, y recientemente se ha establecido en 5 veces la dimensión del aerogenerador hasta la punta de la pala (i.e., alrededor de 1km para los modelos actuales). Evidentemente, cuanto más cerca, los niveles sí pueden llegar a ser importantes, pero estamos ante un mal menor.
Por último, el impacto visual o paisajístico es el que genera mayor debate y rechazo social. Se trata de un tema muy complejo por la naturaleza intrínsecamente subjetiva que tiene, y que se fundamenta sobre todo en un fuerte arraigo a la tierra que evoluciona hacia un sentimiento de pertenencia en base al cual la promoción eólica se percibe como un verdadero expolio. Las discusiones pueden ser infinitas en torno a esto, pero lo que está claro es que la despoblación rural, un verdadero problema de estado, es el mayor expolio al que asistimos; expolio de población que ejercen las ciudades sobre los núcleos rurales, y al que los parques eólicos presentan batalla al traer riqueza, empleo y servicios a lugares que por desgracia son cada vez más remotos e inhabitados.
Dicho todo lo anterior, los procedimientos son eternamente imperfectos y no deben anclarse en un status de presunta idoneidad; sobra decir que bienvenida debe ser cualquier idea que mejore el proceso de evaluación ambiental y por lo tanto la garantía y preservación del medioambiente; en otras palabras, ante el “así no”, dar respuesta al necesario “¿entonces cómo?”
UN PATIO TRASERO QUE ES DE TODOS
Queda claro pues que el fenómeno NIMBY no parece poder fundamentarse en el medioambiente, ni tan siquiera en el dinero, sino en una absoluta incapacidad de ordenar de manera honesta y lógica las prioridades, y que si bien tiene tintes de cierto egoísmo, en el caso de la energía eólica radica principalmente en el desconocimiento generalizado y en un pseudoecologismo con el punto de mira desviado. Quizás lo más fácil sería responder con una pregunta, ¿cómo, dónde, y cuándo entonces? Pero está claro que no tienen una respuesta constructiva para tales cuestiones, ya que el síndrome NIMBY se caracteriza por la negativa sistemática, pero no precisamente por las soluciones. No sería tampoco justo omitir la responsabilidad que tienen los principales impulsores de energías renovables en atajar esta oposición, transitando desde el NIMBY hacia el PIMBY por medio de una comunicación transparente y continuada, así como unas promociones justas y libres de imposiciones basadas en el consenso y el bien común. En definitiva, a todos aquellos que promueven el movimiento NIMBY disfrazado de activismo ecologista, parecería razonable decirles que abandonen los clichés y la falsa creencia de poder aislar localmente las decisiones, y retornen a la senda del pragmatismo; que permitan trabajar a los verdaderos promotores de la transición ecológica puesto que, aunque no lo crean, esto también va con ellos. Y recuerden, no se trata únicamente de su patio trasero, sino que en esta encrucijada medioambiental con la cuenta atrás en marcha, todos defendemos un único patio trasero común llamado planeta que con la mayor de las urgencias debería pasar a ocupar la primera posición en toda lista de prioridades.
Referencias:
- Fuente: Asociación Eólica de Galicia (EGA). Cifras principais sector eólico en Galicia 2020/21.
- Fuente: Observatoria Eólico de Galicia (OEGA). O impacto económico directo da enerxía eólica no mundo rural 2019.
- Fuente. National Renewable Energy Laboratory (NREL). How Much Land is Needed for Wind Turbines? 2018.
- Fuente: Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Encuesta de cánones de arrendamientos rústicos 2021.
- Fuente: Axencia Galega de Desenvolvemento Rural (AGADER). Informe anual sobre prezos e mobilidade da terra rústica en Galicia 2021.
- Fuente: Asociación Eólica de Galicia (EGA). Cifras principais sector eólico en Galicia 2020/21.
Artículo de Alberto Carro Suárez. MSc Civil Engineering & Construction Management. Máster Executive en Energías Renovables y Mercado Energético. Experto en diseño y construcción de plantas de energía renovable.